
Son días de descanso, días para borrar el trabajo de la mente, días para pensar en lo que esconden algunos baúles. A veces, me lo pienso dos veces, incluso, tres, antes de abrirlos; uno no sabe con lo que se puede topar. Le he echado valor y he abierto uno literario, en él, está mi 'yo' de hace 15 años. Hojas amarillentas en algunos casos y siempre subrayadas y con anotaciones a lápiz en los márgenes. La calidad literaria de estos libros puede ser discutible, pero las lecturas de cada uno son muy personales y el fruto que sacamos de ellas depende siempre de quien lee. Son títulos que guardo con cariño porque todos me enseñaron algo de la realidad y de mí mismo. Te hacen pensar, independientemente de que estés a favor o en contra de lo que defienden.
Al ojearlos, me han recordado quién soy (no lo había olvidado, pero estos reencuentros son muy clarificantes) y me han mostrado que andamos sin rumbo, sin guía. Acabo de repasar las portadas digitales de los diarios y no hace falta ser un lince para comprobar que el ser humano podría dar mucho más de sí. No son tiempos para caer en la depresión existencialista, pero sí hay que abrir los ojos y ser conscientes de que en este mundo algunas cosas importantes no funcionan bien, van a la deriva.
Mis amigos Mario Raya y José Rojo me recriminan que escriba sobre este tema en un blog de comunicación. Puede que tengan razón, y quizá deba expulsar a estas queridas líneas de tan coqueta ventana digital, pero es lo que pasa cuando tienes un reencuentro contigo mismo mientras escuchas al nostálgico y brillante Antonio Vega.
Disculpad la intromisión.
Muchas gracias.
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